Había mucho calor y los latidos de su corazón eran
acelerados, poco a poco sentía como una mano se iba metiendo entre sus piernas,
y el recorrido que los dedos de aquel hombre
estaban haciendo cerca de su pequeño calzón. De pronto sintió como sus
piernas se abrían al mismo tiempo que sentía muy cerca de ella una respiración
entre cortada. No sabía qué hacer, no podía moverse, su cabeza estaba en blanco,
ni siquiera podía respirar.
Mientras aquel violador, introducía sus dedos en la parte
más íntima de Amanda, parecía que el tiempo se había detenido, de pronto quería
moverse pero sus piernas no le respondían, sus manos se habían quedado sin
fuerzas y su boca solo se entreabría para soltar pequeños quejidos por el dolor
que le estaba causando Arturo.
De pronto se escucharon golpes en la puerta de madera, justo la misma puerta en que Amanda había escogido para esconderse detrás de ella,
los golpes en aquella madera vieja y endurecida eran tan fuertes como los que
Amanda empezaba a sentir en su acelerado corazón.
Sin decir una sola palabra y,
con un ligero movimiento Arturo puso la mano izquierda en la boca de Amanda, no
quería ser descubierto, sus ojos estaban desorbitados, tenían un brillo escalofriante
y una sonrisa retorcida que Amanda jamás podría olvidar.
Habían pasado unos minutos, quizá unos segundos, pero para
Amanda parecía que habían sido días enteros, en ese momento, Arturo se acercó
al oído de aquella niña a la cual en esos instantes, como cualquier burdo
ladrón le había arrebatado la candidez e inocencia. Como balde de agua fría cayo
la voz chillante y estrepitosa de Arturo, el cual susurro: “Vete, no digas
nada, conmigo el juego aún no ha terminado”
Amanda abrió la puerta y sintió como el sol deslumbraba,su
entorno, parecía que todo era blanco ante
sus ojos y sin decir nada, corrió tan fuerte como su ímpetu y dolor le permitían,
no quiso mirar hacia atrás, tan solo quería refugiarse en un lugar seguro
y fresco.
Tras llegar a su casa, Amanda entro a su habitación, tiro la
puerta tan fuerte que resonó en el ventanal que vestía su cuarto y sin decir
más, se puso a llorar.